Mi aventura en Marruecos comenzó con un viaje que parecía sacado de un cuento. Después de estar unos días en España, decidí cruzar el estrecho de Gibraltar y dirigirme hacia el fascinante país africano. Desde Tarifa, un pequeño y encantador pueblo costero con calles medievales, tomamos el barco a Tánger. Esta ciudad marroquí, que se encuentra justo frente a España, fue la primera parada de mi viaje.
En Tánger, la experiencia comenzó con un recorrido en grupo por las calles laberínticas de la medina, donde nos contaron un dato curioso: los marroquíes no tienen perros, pero sí gatos. Esto tiene que ver con la tradición islámica, que considera a los perros como animales impuros. En lugar de perros, los marroquíes valoran mucho a los gatos por su limpieza y por su habilidad para controlar las plagas. Interesante, ¿no?
El paseo incluyó una comida típica marroquí en un restaurante tradicional, con techos abovedados y alfombras por todo el suelo. Fue un ambiente perfecto para sumergirse en la cultura local. Después de comer, nos dieron tiempo libre para recorrer la ciudad por nuestra cuenta. Y ahí fue cuando sentí que Marruecos me daba una lección de paciencia: los vendedores en las calles no entienden un “no”, y tuve que recurrir a comprar algunas cosas solo para poder seguir caminando en paz. A pesar de ello, no pude evitar maravillarme con la arquitectura única de Tánger, sus colores vibrantes y los aromas exóticos que flotaban en el aire.

Una de las experiencias que más esperaba fue el paseo en camello. Sin embargo, aunque había imaginado montar mi camello en el desierto, me llevé una sorpresa al descubrir que el paseo era en el estacionamiento de un centro comercial. Si haces este tipo de excursión, asegúrate de preguntar bien antes de reservar. Aun así, ¡fue una aventura memorable!
Pero mi experiencia en Marruecos no terminó allí. Decidí ampliar un poco más el viaje y me lancé a conocer otra de las ciudades más importantes: Chefchaouen, conocida como la “ciudad azul”. Aprovechamos el tiempo libre y alquilamos una combi para llegar hasta allí desde Tánger, lo cual fue una aventura en sí misma. El viaje en coche por las montañas, rodeados de paisajes verdes y tranquilos, fue una delicia. Al llegar a Chefchaouen, quedé completamente sorprendido por sus paredes azules y las estrechas callejuelas que daban la sensación de estar en un lugar apartado del mundo.
Pasamos el día explorando esta ciudad, con su ambiente relajado y bohemio. Sus mercados, llenos de artesanía local, fueron un lugar perfecto para hacer algunas compras y disfrutar de los sabores tradicionales, como el té de menta y los pasteles de almendra. Fue una mezcla perfecta de naturaleza, historia y cultura. Para rematar, nos dirigimos a uno de los miradores de la ciudad para disfrutar de una vista panorámica increíble.
El viaje por Marruecos, aunque breve, me permitió sumergirme en un país lleno de historia, magia y contrastes. Desde las bulliciosas calles de Tánger hasta la serenidad de Chefchaouen, Marruecos me dejó con una sensación de asombro constante. La diversidad cultural y los paisajes tan dispares hicieron de este viaje algo inolvidable. Aunque algunos momentos fueron desafiantes (como los vendedores insistentes), la autenticidad y el encanto del país bien valen la pena. Definitivamente, ¡quiero volver!